La educación, el arma para cambiar el mundo

Cuando cursaba la enseñanza obligatoria nos impartían la asignatura de ciencias naturales donde se incluía en el temario una práctica de disección. En ese año les tocaron a las lombrices de tierra. Fueron para mí unas clases verdaderamente angustiosas, ya que las lombrices estaban vivas durante el proceso. Las observaba cómo se retorcían en los tarros donde permanecían y la manera con que los alumnos cogían una después de haberla seleccionado con frialdad, sabiendo lo que le iba a suceder al animalito como si de chaquetas tratáramos. Para más regocijo los alumnos reían dándoles cierto asco el contacto con la lombriz escurridiza. Todo aquello en conjunto me provocó una serie de sensaciones estresantes y un mal estar general que no eran nuevos para mí, pero sí su aumento exponencial mientras transcurría la clase.

Sufría por las lombrices que quedaban en los tarros. Si les faltaría oxígeno y humedad para sobrevivir, y cómo conseguiría sacarlas de ese calvario.

Suspendí la práctica claramente por no realizarla sin más. Me dio igual. Lo realmente tranquilizador fue que las lombrices que no llegaron a torturar me las llevé a escondidas del colegio hacia el fantástico jardín de mis padres. Hice un agujero en la tierra húmeda y observé pacientemente cómo las lombrices se enterraban tranquilamente. Me aseguré de que fuese así, ya que sabía que las lombrices necesitan humedad y que no pueden recibir la luz del Sol. Esos minutos constituyeron la mejor clase de ciencias naturales y la más enriquecedora a la que hubiera podido asistir.

¿Somos los animales más inteligentes o los más estúpidos? Y es que estamos batiendo el record de velocidad a corta distancia. Mientras la humanidad sigue convencida de que las razones tanto lucrativas, científicas como deportivas justifican el maltrato que ocasionamos al medio, el dolor generalizado predomina. Ya que la destrucción de lo que creemos que nos pertenece es el principio de nuestro final.

La educación basada en el sistema judío-cristiano se basa en que todo lo que hay en La Tierra existe y fue creado para nuestro beneficio. La ciencia occidental alejándose de la religión, ha conseguido que poco a poco nos acerquemos  a la teoría de Darwin, aunque la superioridad del ser humano se perpetúa.

“Nuestro deber es el de liberarnos de nosotros mismos ampliando nuestro círculo de compasión para abrazar en él a todas las criaturas, la totalidad de la naturaleza y su belleza”. Albert Einstein.

De hecho, son las propias emociones compartidas las que hacen desaparecer las barreras entre nosotros y el resto de animales del mundo. Hablamos de sentimientos comunes como la alegría, la tristeza, miedo, ira y euforia entre otros. Los elefantes huérfanos que vieron como mataban a sus madres se despiertan chillando, los perros que han vivido historias complejas tienen pesadillas, una oca que ha perdido a su pareja mostrará abatimiento y profunda tristeza hasta morir de pena, igual sucede con los chimpancés, ballenas, y otros animales.

La huella que  dejamos a nuestros niños  es enorme y profundamente triste.  Cambiar el clima, destruir la capa de ozono y modificar ecosistemas son algunas de las consecuencias de la existencia de la humanidad en la Tierra. Hemos destruido y contaminado, hemos hecho desaparecer para siempre muchas especies de animales y plantas en muy poco tiempo.  Por esto debemos ayudar a los niños a entender tanto  la verdadera naturaleza, su belleza y la de los animales, como las maneras para conservarla. Además de educar sus corazones debemos inspirarles a cuidar lo que tienen mejor de lo que lo hicimos nosotros.

La realidad es que cuando hablamos con los niños sobre el comportamiento animal y les explicamos sus diferentes personalidades, sus capacidades, sus vidas familiares y comunitarias se quedan fascinados, ya que entre ellos y aquellos animales ya no existe una línea divisoria, es decir, los niños se identifican. Y cuando les hablamos sobre las condiciones en que viven muchos animales quieren hacer algo al respecto.

Los niños afortunados de poder crecer en contacto con animales y con la naturaleza, tienden a ser más cariñosos y respetuosos, y es que no hay duda de que la compasión engendra compasión.

Deberíamos permitir a los niños rodearse de animales para que de esta manera  nos situáramos como un miembro más que convive y respeta el entorno, porque si intervenimos en la vida de algún individuo debería ser para mejorarla.

Nuestros hijos son semillas respeto. Los niños son la raíz para cambiar un destino que parece que ya está escrito. Porque confiamos en la sabiduría con que las personas adultas educan, esperamos que creen  personas capaces de cambiar el mundo.

En una encuesta realizada por la naturista y escritora Brenda Peterson se descubrió que el 80% de los sueños de los niños se centran en animales, mientras que sólo un 20% de los sueños de los adultos los incluyen. Ella sugiere que quizá no sólo deberíamos despertar a la gente sobre su forma de relacionarse con los animales, sino también devolverles el patrimonio de sus sueños originales.

«No hay duda alguna de que la vitalidad de los niños y sus compromisos personales y vitales están motivados por la compasión  y el cariño, algo que hará que este mundo sea un mundo mejor para todos. Enseñemos a nuestros hijos a respetar la naturaleza.» Los diez Mandamientos, por Jane Goodall & Marc Bekoff

Laia Margalet.

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